
Llega el momento en el cual, todo lo estudiado, practicado y atendido, no será suficiente.
Crecer no es fácil y empeora cuando tienes expectativas. Un día crees que de la pachanga de fútbol a debutar en Delle Alpi, todo va a ser un paseo. Otras, estudias durante toda tu juventud, ingiriendo el conocimiento de cada uno de los libros del Priorato de Durmand, para ver que las promesas que te vendían al comienzo de la carrera, son una larguísima lista en el paro y el apuro que da rebuscar en tu cartera el último céntimo para pagar el café de tu mañana.
La titulitis es un mal de nuestra generación. Cuando salimos del instituto, creemos que una carrera tras otra, postgrados y cursos adicionales nos valdrían para comernos el mundo. Los estudios sin duda alguna son algo fundamental para nuestro desarrollo como si de runa de Erudito se tratase para quienes quieren hacer daño. Por desgracia, no termina así la historia para todos.
Otra posibilidad, más que probable, es que si has terminado una licenciatura o estás a medio camino de un grado universitario sientas que, no es exactamente lo que querías o que no te ha preparado tan bien como debía.
Quizás, aquello que nos queda por aprender, fuera lo más básico. Y es que tras 4 años de universidad, algún otro para idiomas, masters y los que puedan retrasarte un Erasmus, cuando quieres darte cuenta, no te has parado a pensar en lo que rodea a tu trabajo: conocer cada fuerza y las mil y una fórmulas para mantener una presa o puente en pie, no te prepara para trabajar a contrarreloj o los trapicheos de talante ilegal que rozan el despropósito y que en cada sector existen.
Pero no te desanimes, hasta las mejores en sus terrenos se sienten ofuscadas por la presión de su puesto, la injusticia de un superior que te trata como basura o el vacío que te surge al no sentirte valorado.
Saber enfocar un reto, sentirte feliz por algo más que el valor del dinero, el valor del fallo y aprender de él, son conocimientos que no se encuentran en manuales de estudio de ninguna universidad. Para llegar a conseguirlos, a unos les vale salir de su zona de confort y surcar cada camino y senda del mundo; a otros nos curtieron desde pequeñitos trabajando en la empresa familiar; posiblemente la disciplina de un deporte hay podido ayudarte; o fueses el responsable de una mascota que dependía de ti te hace responsable. Cada peldaño te ha enseñado algo, nunca lo suficiente, pero de diminutos cantos se erigió Tarir.
En cambio, sentarte ante tu NES o con un teclado y ratón en tus manos y un videojuego al otro lado, no te va a ayudar, es una pérdida de tiempo de la cual no vas a sacar un solo valor ni el más mínimo conocimiento. Pero, ¿es así?
Pongamos a Guild Wars como ejemplo y las conclusiones, sácalas por ti mismo:
La ciudadela de la llama arde con fulgor, encuentras una puerta cerrada. Cuando se abre, dos candelas de piedra encendida escupen lava candente sobre ti y zelotes enfervorecidos por su falso dios se abalanzan sobre ti. Reto tras obstáculo, enemigo tras trampa, llegas a la sala final y en ella tu merecida recompensa. Porque,
“Si en tu camino abundan los retos y obstáculos, es el camino correcto a seguir para llegar a la recompensa que bien vale ese esfuerzo”
Pero todo ascendiente de Tyria, Elona y Cantha sabe que el verdadero reto rige desde la Espesura Abandonada hasta La Llave de Ahdashim. Las incursiones son la prueba final, que con maña y tesón, solo los más dedicados pueden superar. O quienes decidan pagar una cantidad nada desechable de monedas de oro. Por una pequeña fortuna, unos “amables” aventureros, te pedirán que te acomodes mientras ellos se encargan de todo. Y sí, conseguirás el botín, títulos e incluso la falsa fama a la que poco le importa de dónde remanezca su origen. Pero aquel que paga, deberá volver a soltar el saco de monedas una y otra vez pues es de la única materia que ha aprendido. Y es que
“No aprenderás nada si permites que otros lo hagan en tu lugar”
Desde lo mundano, todo importa cual pequeña lección, cada conocimiento es una moneda, y nosotros, la hucha que lo atesora. Llega el momento en el cual, todo lo estudiado, practicado y atendido, no será suficiente, por lo que depende de nosotros nutrirnos en cada oportunidad que tengamos. Porque cuando llega la cuenta del bar, hasta el último céntimo cuenta.
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